miércoles, 5 de junio de 2024

Partido único

El soretismo tiene un viejo sueño: convertirse en el único partido que puede gobernar este país. Esto en realidad ya casi estaba cumplido dado que los dos gobiernos radicales post última dictadura, no pudieron terminar de gobernar en el tiempo estipulado por la constitución. Sin embargo el gobierno del gato si pudo hacerlo, aunque con mucha dificultad: de no ser por el FMI la crisis se lo hubiera llevado puesto. En otro apartado discuto que el gobierno del gato haya sido radical, como decía el turquito soretín, irónicamente, sin duda, pero, más allá de la obvia presencia de ex soretes y de los coqueteos del gato con altos sindicalistas al principio, se transformó en el primer gobierno no peronista en poder terminar su periodo desde los tiempos de Marcelo T. de Alvear. Es decir que la hegemonía del partido sorete llega a casi 100 años, interrumpido por gobiernos de facto y gobiernos débiles que no culminan su periodo. De alguna manera este país es un país sorete: nos merecemos toda la mierda que nos hemos tenido que comer en estos años, por no lograr establecer una alternativa verdadera a los soretes. A los soretes les sienta tan bien el poder, que ya no disimulan su falta de interés en el tan mentado bien general: ni bien están en el poder solo piensan en la manera de llenarse los bolsillos lo más rápido posible, eso sí siempre diciendo que todo lo que hacen es en pos del bienestar del pueblo, la gente, el otro. “La patria es el otro”, nuevo genial slogan de la juventud maravillosa: mentira repugnante; pero siempre hay algún iluso que se cree estos apotegmas, o finge creerlos, para pasarla bien. Pero hay algo que el sorete en el poder no puede dejar de ser: multimillonario; aunque siempre se muestren como enemigos de la oligarquía, a la que la gran mayoría de los soretes pertenezcan a ella. El sorete dirigente promedio suele vestirse como un ciudadano común más, salvo la reina yegua, que no disimula su gusto por las carteras de diseñadores. Pero el dirigente sorete suele vestirse de jean, remera y campera de cuero. Es para mimetizarse con la peonada, el pueblo, la gilada, a la que ya no pertenecen, pero a la que representan. Es que algo hay que reconocerles a los soretes: saben tratar de manera muy adecuada a los pobres. Con sus políticas en los últimos 20 años han multiplicado a los pobres, sin embargo, el pobre no los odia, todo lo contrario: los adoran. Es que parecen uno más de ellos, en eso son muy hábiles los soretes, y les dan lo poco que ellos creen tener: les regalan heladeras, aunque no tengan luz, les permiten vivir en villas miserias, sin pagar la luz y el agua, pero sin cloacas. ¿Para qué mierda quieren cloacas si son pobres? Mejor démosle algún que otro alimento gratis, un plan social cada tanto, para que se mantengan en la pobreza, pero eso sí, trabajo en blanco no, no vaya a ser cosa que se empiecen a considerar como clase media y les den la espalda a los soretes. Entonces, he aquí el gran circulo vicioso (para la sociedad, virtuoso para los soretes): los pobres son los que nos votan en su inmensa mayoría: así que: ¿para qué generar las condiciones para crear trabajo legítimo? Con mantener pobres a los pobres y darles estímulos para que se multipliquen, la asignación universal por hijo, no es otra cosa que eso, para que cada vez haya más pobres y nosotros (los soretes) sigamos en el poder. Parece algo muy cínico y siniestro, pero: ¿no es cierto que de los últimos cinco gobiernos, cuatro han sido soretes? Evidentemente el plan salió casi a la perfección. Apenas hubo un traspié de cuatro años. Es cierto que el gobierno del gato casi sorete tuvo sus grandes errores, de los cuales, el principal a mi modo de ver, es que se presentaron como el “cambio”, cuando en realidad solo fueron más de lo mismo. De modo que el plan, si es que lo hubo, les salió bastante bien. Tal es su deseo de ser partido único que en los últimos tiempos hubo manifestaciones de soretes de segundo orden como: “no creemos en eso de la alternancia en el poder”, o, “los objetivos del partido comunista chino son los mismos que el del nuestro”. Si bien ese sorete no lo dijo, yo completaría esa frase con lo siguiente: “perpetuarnos en el poder a costa de la libertad de nuestro pueblo, pero a aquel sorete no creo que le convenga ser tan sincero. Otro sorete dijo, casi como confesión: “nuestro objetivo tendría que ser nuestra desaparición, cuando todo el pueblo se considere de clase media”, esta frase del sorete de Avellaneda, puede leerse como: nuestra supervivencia consiste en mantener al pobre bien pobre, y multiplicarlos, en la medida de lo posible, para así perpetuarnos en el poder”, que es lo que en la práctica, que está bien lejos de la teoría, está sucediendo. Tal es la caradurez de los soretes que ya ni siquiera fingen el amor al pueblo. Solo les interesan dos cosas: el poder y el dinero, o, mejor dicho, solo el poder, ya que con ello viene lo segundo, casi como una obviedad. Un ejemplo claro es el de los intendentes, los cuales ni siquiera se preocupan en establecer sus domicilios en el municipio el cual dirigen: en su gran mayoría suelen vivir en los mejores barrios de la capital o en los exclusivos countrys o barrios cerrados de intendencias alejadas de la de su origen. De nacional y popular solo la apariencia. Por ahora la historia les da la razón, en cierta medida a los soretes, como dijo el sorete sin manos: no es que seamos buenos, es que los otros son peores. Esta frase que podría considerarse un sincericidio, es la regla por la que votantes independientes suelen inclinarse por los soretes: son el mal menor. “Roban pero hacen”, esta frase que es tremenda, fue dicha incluso por una de nuestras artistas de mayor calidad, defendiendo en ese momento al sorete patilludo, en contra de una manifestación de docentes, que estaban en huelga de hambre sin cortar ninguna calle como sucede ahora con las protestas. Resumiendo: los soretes quieren ser el único partido que puede gobernar nuestro país, y como en la práctica casi está corroborado por los votantes, aunque roben, maten, mientan, y cometan cuanto delito pueda cometerse desde el poder. De modo que tenemos lo que nos merecemos, aunque sea triste decirlo.

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