miércoles, 5 de junio de 2024

El sorete cabezón

El sorete cabezón es un caso bastante especial: es un sorete que se maneja muy bien en los subsuelos del poder, pero que ha sabido también estar en los primeros planos. Prácticamente no hubo sorete que haya llegado al poder no tuviera algo que ver con él. Ya desde su primera incursión como armador para el “patilludo” se destacó en importancia. Nadie esperaba esa victoria en la interna, por cierto la última interna al estilo clásico que hubo en el partido sorete, tan acostumbrado, luego, al dedo mágico selectivo. Sin su accionar en la provincia de Buenos Aires, no se habría producido la victoria del riojano. Es decir, estamos ante la presencia de un hacedor de presidentes. Porque cuando le tocó elegir su sucesor, inauguró las dos decádas de casi hegemonía del soretismo. Sin embargo cuando le tocó su turno, no pudo revertir la mala imagen que dejó el patilludo luego de una década de escándalos y de hechos de corrupción, y sólo pudo llegar a la presidencia por una cantidad de casualidades irrepetibles: renuncia del vicepresidente, cansancio en general de la gente con la política, atentado del 9/11 en EEUU, decisión del gobierno de poner el llamado “corralito”, lo que lleva a la renuncia del ministro de economía y luego a la del presindente, lo que llevó a una asamblea legislativa y a la renuncia de 3 o 4 presidentes provisorios más, hasta que por consenso se estableció al sorete cabezón. Todo eso tuvo que suceder en pocos meses para que se rompiera el maleficio que impedía ser presidente a un gobernador de la provincia de Buenos Aires. Y tampoco se puede contar como una presidencia plena, ya que el “cabezon” solo pudo gobernar menos de dos años, período tras el cual le dejó la posta al “sorete vizco” que como venía con su esposa como parte del mismo proyecto, elaboró un plan de 20 años de hegemonía que salió casi a la perfección. Como gobernador de la provincia, el sorete cabezón tuvo una irregular performance, por un lado pudo establecer la reelección, cosa que su antecesor no había logrado. A pesar de que en su momento con una consulta popular el electorado negó esa posibilidad, se pudo establecer la reelección, ya que se habilitaba a nivel nacional, se hizo lo mismo con la provincia. Dura poco en este país el acatamiento de la voluntad popular. Su gobierno estuvo signado por la relación con la “maldita policía”, como se la conoció gracias a unas notas en una revista, a la que él llamó la mejor policía del mundo, la cual, arrastrando viejos vicios que venían desde la última feroz dictadura tenía control de casi todo lo ilegal, desde robo de automotores hasta el comercio de estupefacientes. Dicha relación tuvo sus picos máximos cuando fue asesinado el periodista José Luis Cabezas, el cual fue tomado por el gobernador como una afrenta personal. Tras el esclarecimiento parcial del hecho, el sorete cabezón creyó estar en óptimas condiciones para competir en las presidenciales. Pero la realidad le mostraría su cruel rostro: la vieja maldición seguía vigente. Ya como presidente, luego del golpe institucional al “chupete”, la policía volvería a darle dolores de cabeza cuando el jefe de un operativo policial asesina a sangre fría y sin motivos aparentes a dos manifestantes, lo que obligaría al sorete cabezón a adelantar las elecciones presidenciales y sellaría su no continuación en el cargo. Pero no se iría sin antes elegir a su sucesor. Es cierto que el sorete bizco no fue su primera elección. Es inimaginable lo distinto que podría haber sido el país si el sorete F1 hubiera aceptado la candidatura al cargo. Pero el hombre que no venía de toda una vida en la política vio algo que lo espantó. Como nunca aclaró de qué se trataba aquello, la imaginación de cada persona puede llenar ese espacio según su libre albedrio. Luego un sorete cordobés no dio la talla en las encuestas, por lo que el cabezón se decidió por la tercera opción: el sorete bizco del sur. Al ser todo un desconocido, eso suponía una desventaja en un principio, por eso fue nuevamente fundamental el trabajo del cabezón en los distritos del gran Buenos Aires, tierra de los barones del conurbano. Por segunda vez el soretismo se presentaría dividido, y por segunda vez ocuparían el primer y segundo lugar. El sorete patilludo hizo la maniobra de renunciar a su candidatura luego de la primera vuelta, es decir renunciar al ballotage, en el cual, según las encuestas, perdería 70 a 30 aproximadamente. Entonces: para no darle legitimidad al nuevo gobierno, se retiraba diciendo que lo hacía por la patria y quien sabe cuántas mentiras más. De modo que el cabezón había hecho triunfar en la interna soretista al sorete bizco, inaugurando la década ganada o robada, según el intérprete. Es que el cabezón creyó poder dominar a un gobernador de una muy lejana provincia, suponiendo su desconocimiento del terreno del conurba. En eso se equivocó drásticamente, ya que, fiel a la tradición soretista, se traicionaron mutuamente y confrontaron en la primer elección de medio término, poniendo al frente de las listas, cada cual a su esposa. Sí, eso sucedió, aunque parezca de otra época, los más chicos no lo van a poder creer. Pero es así el soretismo muchachos, si no voy yo, va mi señora, sino mi hermano o mi hijo, que es lo mismo. El poder se hereda en el soretismo. Me tocó presenciar en primera persona la capacidad que tienen los intendentes para cambiar su lealtad: primero apoyaban al cabezón y luego de la derrota de este, apoyaban al bizco, sin ponerse colorados ni mostrar ninguna incomodidad. Así es el soretismo: por eso festejan el día de la lealtad, porque el resto del año viven traicionándose. De modo que el sorete cabezón se fue transformando en un jarrón chino, una persona de poca importancia política, que sólo generó un cierto revuelo cuando hizo declaraciones antidemocráticas, que luego adujo a un estado temporal de locura senil.

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