jueves, 24 de enero de 2013

Cuentas pendientes

Luisa tuvo la idea durante la reunión que hizo con algunas amigas para organizar su despedida de soltera. Las opciones más pícaras o atrevidas le causaron un rechazo casi violento. - ¡No le pienso chupar la pija a un desconocido, esté o no esté bueno! – Fue su respuesta, ante una de las propuestas, que incluía un estriper privado. Le parecía decadente, degradante. - ¡Dale, boluda! Para eso son las despedidas de soltera… si no lo haces ahora, tarde o temprano vas a sentir como que te quedaron cuentas pendientes… de ahí al divorcio hay un camino muy corto, sábelo… Ese comentario de su amiga Diana le trajo a cuento la situación en la que se encontraba una compañera de trabajo: Susana, una mujer de cuarenta y pico de años con marido y dos hijos, la cual, Facebook mediante, se había reencontrado con un antiguo novio, reviviendo el amorío; lo cual, más allá de la satisfacción sexual, le estaba acarreando serios problemas existenciales. Luisa misma la había alentado hacia aquella dirección, pero pronto se dio cuenta que lo que empieza como una aventura puede terminar en un dolor de cabeza: ahora su compañera no sabía si abandonar a su familia o cortar con su antiguo y nuevo amor. Al verse en aquel espejo se dijo: “yo no quiero llegar así”. Decidió suspender aquellos preparativos y organizar por su cuenta la despedida. Se contactó con su primer novio, un muchacho del viejo barrio con el cual solo había llegado a apenas algo más que los primeros besos. Luego con un compañero de facultad con el que había tenido mucha onda, pero, por esas cosas, nunca había llegado a concretar nada. También con un ex con el que había cortado abruptamente al enterarse de la no exclusividad de sus atenciones. Con otro ex pudo contactarse pero, dado que se encontraba viviendo en otro continente, el encuentro se vio frustrado. El primero apenas se acordaba de ella, pero no dudó en aceptar el encuentro más allá de que estaba felizmente (¿existirá realmente esto?) casado. La situación se tornó difícil de sobrellevar cuando Luisa cayó en la cuenta de que el hombre no se decidía a dar el paso más allá. Tuvo que hacer gala de todas sus dotes de seducción. “¿Este boludo se piensa que solo vine para hablar?” Pensó, ya casi decidida a suspender. Pero luego el hombre dijo la trillada, pero casi siempre efectiva frase: “podemos seguir charlando en un lugar más tranquilo, si querés”. Y pasaron a los bifes (frase antigua pero rendidora). La experiencia estuvo bastante rara: fue casi como hacerlo con un desconocido: no quedaba casi nada de aquellos furtivos encuentros en la plaza del barrio. Pero le sirvió para cerrar la etapa de primeras experiencias. Con el segundo la cosa fue más llevadera, pero tuvo un cierto sabor amargo. El susodicho le declaró su amor eterno e incondicional, luego de la relación sexual. La apenó mucho el tener que hacerle saber que pronto se casaría y que aquello no era otra cosa que saldar una cuenta pendiente. Quedó bastante herida, pero uno solo se puede hacer cargo de los propios sentimientos. Es duro pero es así. Más allá del mal rato post sexo, la experiencia estuvo satisfactoria: se divirtió. Ya no se preguntaría: “que hubiera pasado si…”. De esa manera pudo cerrar, en cierto modo, la etapa de amores no consumados. Para hacerlo completamente hubiera tenido que llamar a algún que otro profesor universitario, a aquel pariente lejano que conoció en un velorio, o ese otro en aquel casamiento, o a ese muchacho compañero de trabajo que se fue al poco tiempo y así la lista nunca hubiera tenido fin. Hubiera necesitado otra vida, y más también. Si Mick Jagger canta: no puedo tener satisfacción, que nos queda al resto… El tercer hombre fue quizás el más difícil de encarar, pero a su vez, con el que pudo disfrutar el mejor sexo. Tuvo que tragar se orgullo mancillado, pero el fin lo justificaba: ponerle broche a una experiencia mal terminada. - Ah… ¡Mirá vos quien se quedó con ganas! – Dijo el susodicho. Estuvo a punto de cortar la comunicación, sin embargo dijo: - Seguis siendo el mismo pelotudo, por lo que veo. Por más que no te lo merezcas, le voy a dar a nuestra relación, no a vos específicamente, la posibilidad de terminar bien. Para que no haya malos recuerdos. Es solo para ponerle un fin cordial; yo estoy por casarme y no quiero quedarme con espinas clavadas. - Lo que te voy a clavar es un poco más grueso que una espina… ¡Je, je! ¡Que te digo si vos ya sabes! ¡Je, je! - Sos un boludo importante, pero bueno… ¿qué decís? - Dale, le damos para adelante. Igual no hagas muchos planes porque me parece que no te vas a casar: yo sé lo que te digo. Más allá de que tuvo que soportar aquella retórica sexista, que era más una pose que otra cosa, la experiencia estuvo excelente. Era el último hombre con quien había tenido sexo antes de conocer a su futuro esposo, por lo tanto no había nada que recordar, todo estaba en el mismo lugar en el que lo había dejado. Le dio cierto confortamiento el saber que su ex hubiera querido seguir con aquella relación, aunque más no fuera como amante (ese fue su planteo, casi una súplica). De ese modo el final de la relación dejaba en ella un cierto sabor a triunfo. Así cerró lo que podría llamarse zona de malos finales. Aunque para hacerlo definitivamente hubiera tenido que llamar a todos aquellos con los tuvo sexo ocasional, o aquellos con los que salió un tiempo y luego se dio cuenta que eran unos estúpidos, inútiles, imberbes, inseguros o algo peor. También quedaba abierta la puerta de los amores de verano, las transas de fin de semana, la categoría: amigos de ex, algo siempre tentador, pero que se desestima para mantener las formas. Luego también los vecinos sexys, los compañeros de trabajo casados pero super comibles, y quien sabe cuántas categorías más. Cuando se cierra una puerta, son más las que quedan abiertas, pero: por eso mismo se casaba, para dejar la vieja vida de incertidumbre. Ahora, luego de sus recientes experiencias, quizás no sentiría vértigo, cual si estuviera frente a un abismo, al momento de la pregunta: ¿acepta a su marido para toda la vida? Serán sinceros todos los que responden esa maldita pregunta: seguramente no: las estadísticas lo niegan. De esa manera, ya más tranquila con su conciencia, Luisa se aprontó a realizar los preparativos para la boda.